Exposició

Jacinto Esteva

 

Text de Jacinto Esteva
 



Ibiza, 16 de octubre de 1980

– Bueno, ¿tomamos las cosas en serio o no las tomamos en serio?
– Tomamos las cosas en serio, caballero, o ¿cómo vamos a tomarlas?
– En broma.
– No. Eso es para caballeros sin sombrero, no para mí.
– Entonces, ¿usted pretende tomarse las cosas en serio?
– Sí, exactamente.
– ¿Y el sombrero?
– ¿Qué sombrero?
– El sombrero del que usted presume.
– Llevaba una borla de oro y lo empeñé. Usted no cree, evidentemente, en la casa de empeños, pero es donde más seguras están todas las cosas. Incluso mi tío Gabriel, que trabaja allí.
– Entonces, empeñémoslo todo.
– Exactamente, señor. Hágalo usted. Yo ya lo he hecho.
– Y, ¿qué le queda en la vida?
– Me queda un perro y un gran amor.
– ¿Macho o hembra?
– ¿Quién?
– El perro.
– Macho. El amor…
– Sí, el amor: ¿macho o hembra?
– El amor está gastado, señor mío. ¿O es que usted no la sabe?
– Gastado, ¿por dónde?
– Gastado por donde usted piensa.
– Entonces, usted cree en el amor, de alguna forma. Yo solo creo en mis muertos.
– ¿Cuáles? Hay tantos muertos… ya lo sabe usted. Miles de millares de muertos.
– Mi muerto es mío y de casi nadie más.
– Usted me aburre con su muerto, me aburre con su muerto, ¿comprende?
– Mire, caballero, váyase usted a tomar por el culo y, cuando regrese, hablaremos de nuevo.
– ¿Sobre qué?
– Sobre el amor, caballero, sobre el amor.
– Usted deja correr demasiado libremente sus pensamientos. Éstos son como sus hijos: deben ser educados, conducidos…
– Y ahora, ¿qué?, señor. ¿Cómo organizamos este pequeño laberinto que hemos creados nosotros mismos?
– Pues podríamos haberlo dejado en la penúltima frase.
– Tiene usted toda la razón. Pero no lo hicimos y, ahora estamos obligados a continuar.
– Y, ¿cómo continuamos?
– Creo que ya lo he dicho: no es mejorable, al menos por esta noche.
– ¿Por qué?
– Por el cansancio. Estoy muy cansado aunque usted no lo crea.
– No, si ya sé que está usted cansado: lo noto en sus uñas.
– ¿En mis uñas? ¿Por qué?
– Están sucias. Demasiado sucias para un hombre que esté algo seguro de sí mismo.
– Se equivoca usted, señor. Mis uñas están sucias porque perdí la tijeras hace ya una semana.
– Y, ¿usted no sabe cortarse las uñas de otra forma que con su tijera perdida?
– Sí: sé rascar la pared.
– Pero mire a su alrededor: las paredes están cubiertas de seda.
– Tiene usted razón. No me había fijado. ¿Podríamos ir al garaje, entonces?
– Ahora no me apetece. Será mejor que pidamos un té.
– Usted desvaría. Me ofrece un té pero no por eso debo ocultarle que usted desvaría.
– ¿En qué desvarío?
– Dígamelo usted mismo, que es quien me lo pregunta.
– De acuerdo. Dejemos este problema: pronto va a llegar el tren.